¿Cómo conducir al niño para ser un hombre bueno y digno? Las siguientes cosas pienso que pueden conducir a ello:
Ya he dicho que no debe darse nada a un niño cuando lo pida, y menos cuando grite para reclamarlo. En una palabra, siempre que de a conocer por sus palabras que tiene deseas de ella. Pero como este precepto se presta a una interpretación errónea y pudiera imaginarse que yo prohibo a los niños pedir cualquier cosa a su padre, lo que pasaría, quizás, por un exceso de tiranía, poco conforme con las relaciones de afecto y de amor que deben unir a los niños con los padres. Quiero explicarme con más detalles. Conviene que tenga toda libertad para hacer conocer sus necesidades a sus padres y que los padres satisfagan estas necesidades con toda la ternura posible, al menos durante su más corta edad. Pero una cosa es decir “tengo hambre,” y otra decir “quiero carne.” Cuando el niño ha declarado sus necesidades, sus necesidades naturales, el deber de sus padres y de las personas que le rodean es librarle del malestar que le produzcan el hambre, la sed, el frío o cualquier otra necesidad de la naturaleza. Pero es precisa que el niño deje a los padres el cuidado de decidir y de regular lo que juzgen más conveniente hacer para esto y también en qué medida. No se le debe autorizar a escoger por sí mismo, y a decir “yo quiero vino” o “pan blanco.” Por el contrario, el solo hecho de haber nombrado un plato, debe ser una razón para que se le rehuse.
De lo que los padres deben preocuparse, ante todo, es de distinguir entre las necesidades de fantasía y los necesidades de naturaleza.
Necesidades de naturaleza: Tales como dolores de las enfermedades, de las heridas, del hambre, de la sed, del frío, de la falta de sueño, de descanso y de repaso de los órganos fatigados. Es preciso, pues, por medios convenientes, procurar la satisfacción de estas necesidades, pero sin impaciencia, sin apresurarse demasiado cuando comienzan a notarse, si su retraso no amenaza con algún mal irreparable.
Necesidades de fantasía: Estas no deben satisfacerse jamás, ni aún permitir que los niños hagan mención de ellas. El solo hecho de que el niño hable de una cosa inútil, debe ser una razón para privarle de ella. Dele vestidos cuando tenga necesidad de ellos. Pero si pide tal color o tal tejido, debe estar seguro de quedarse sin ellos. No es que a mi juicio deban tener los padres el designio premeditado de contrariar los deseos de los niños cuando se trate de cosas indiferentes, por el contrario, cuando lo merecen por su conducta y no se corre ningún riesgo de corromper sus espíritus y de apasionarlos con bagatelas. Pienso que todo debe combinarse, en la medida de lo posible, para asegurar su satisfacción, a fin de que encuentren placer en conducirse bien.